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Cada vez es mayor el número de oradores que prefieren desarrollar su intervención de pie, paseando libremente por el escenario, en lugar de hacerlo sentados detrás de una mesa. Se trata, sin duda, de un adelanto: Se renuncia a la sensación de seguridad, de protección inicial que reporta situarse interponiendo la mesa entre el público y mi yo vulnerable. A pesar de que mi secuencia corporal se torne monótona y gris, a expensas de que el tema de la ponencia sea de por sí tan interesante que mantenga la atención del oyente durante todo el acto.

 

Sin embargo, al tomar esa decisión renunciamos a uno de los mayores alicientes que tiene la exposición oral: la expresión directa, la comunicación orgánica con el auditorio. La comunicación que se produce cuando utilizamos para ello todo nuestro cuerpo.

 

 

Y así entramos en la segunda etapa de nuestra particular evolución como oradores eficaces: Hemos evitado la monotonía y la rigidez corporales. ¿Eso quiere decir que está todo solucionado? Pues no. No debemos dejarnos engañar por la satisfacción que produce la sensación de libertad, a la par que relajante, que genera movernos a nuestro aire mientras hablamos delante de los demás. Tampoco debemos engañarnos con la creencia de que simplemente movernos por el escenario mientras hablamos genera en el espectador una sensación de “naturalidad”.

Por dos razones: Una, porque jamás hablamos con nadie moviéndonos de cualquier manera. Intenta mantener una conversación con tu vecino dando saltos y verás la opinión que tiene de ti ese vecino (una vez que haya salido del estupor, claro). Dos, porque no puede haber una disociación entre nuestro mensaje y nuestro lenguaje corporal. Cuando es nuestro interlocutor el que se comporta de esa manera, sospechamos de él porque creemos que nos oculta algo o que nos miente o las dos cosas.

Superado este esclarecedor episodio, descubrimos una realidad nueva y sorprendente. En el escenario la realidad se transforma, los valores cambian. Basta con tener la intención de hablar en grupo para que lo experimentemos en la propia piel. Desde el momento en que ya no es un receptor, sino varios, y que esos receptores me observan permanentemente (y no me puedo esconder), los signos que trato de emitir, como mi movimiento corporal o la gestualidad, el elevar el volumen o tentar una tonalidad más adecuada adquieren valores diferentes. Es entonces cuando percibo que preciso una instrucción y un entrenamiento diferentes. De esa instrucción y de ese entrenamiento debe encargarse precisamente el arte de la exposición oral.

El lenguaje no verbal demanda un control complejo, que va del aprendizaje consciente y voluntario a la utilización inconsciente y precisa. Por eso el lenguaje escénico, en cuya pedagogía se recorre principalmente ese proceso, es el código ideal para resolver la necesidad.

Por mi parte, te diré que practico esa pedagogía desde hace más de treinta años, dirigiendo actores, para quienes cada trabajo ha supuesto un escalón en su ascenso como profesionales.

Esa es la razón por la que utilizo un método para hablar en público basado en los recursos teatrales. Gracias a este método mis alumnos de oratoria adquieren los instrumentos necesarios para ser convincentes, además de expresarse con toda claridad y, por supuesto, transmitir emociones.

Si quieres ampliar la información sobre nuestras clases, te invito a que visites mi página, a través de la que puedes ponerte en contacto con nosotros. Te esperamos.

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